Lejos queda mi primera visita a Arco, la más famosa feria de arte de Europa, allá por el año 2000. Recuerdo que fue una experiencia aparte de nueva, muy gratificante. Un empacho de arte gráfico, instalaciones y escultura hasta que el cuerpo aguante. Un laberinto en el que a poco que te despistes, estas perdido sin saber si estas a diez metros del inicio de tu visita o a cientos. Conviene ir un poco organizado con un plano o itinerario, pero el tiempo es relativo ya que habrá cosas que te gustan mas o menos, que te entretiene un minuto o un cuarto de hora o mas. Algunas cosas ni las verás y otras, tres veces o mas. Todo ello rodeado del glamour de los compradores y compradoras que buscan un Tapies a buen precio, para poner en el comedor de su casa, o algún que otro adinerado al que menos que un Bacon no le vale.
Chicos y chicas guapas, ricas, millonarios, muchos pequeños coleccionistas y centenares de mirones como es el caso de un servidor y sus acompañantes. Todo mezclado con el común denominador del gusto por el arte.
También recuerdo que aprovechamos para visitar alguna otra exposición por Madrid. Recuerdo que estuvimos en una extraordinaria de Chagall en la fundación Joan Marc, además de alguna otra de las muchas que hay en Madrid en esas fechas.
Luego está Madrid, y sus atractivos, buena comida y la marcha, mucha marcha, Malasaña, Chueca… Y en aquella época no podía faltar la disco de moda, con buen «bacalao» para agitar bien el coctel estomacal, compuesto muy probable de unos huevos rotos tipo Lucio o similar, agua, vino en cantidad, chupito y cubalibres, aparte de algún abalorio más. A la mañana siguiente o mejor a la mañana sin mas; desayuno y retorno en forma de «vía crucis» para conductor, en aquel caso el que les escribe y sus acompañantes. Recuerdo que era tal nuestro poderío físico que aún hubo que parar en Arévalo, a meternos entre pecho y espalda un exquisito y crujiente cochinillo especialidad del lugar, bien regado con abundante tita del país.
Y todo esto de viernes a domingo.
Eran otros tiempos y eso que ya entrados en años se avistaba la decadencia de la carne. Poco a poco el reclamo del arte se desviaba peligrosamente hacia la juerga, hasta instalarse en la misma y el arte convertirse solo en la disculpa.
Repetimos varios años, tres o cuatro, luego de forma esporádica; la última no antes de seis o siete años a tras y ya con la familia.
Entonces cesó.
Pero siempre estará Madrid, la maravillosa ciudad, el alma de la fiesta. Y mas obligada ahora que nunca ahora su visita, ¡Tanto da Madrid!.
Hablando con mi hermano Pablo, residente allí desde hace bastantes años, un día me dijo, más o menos lo siguiente: «Madrid da mucho y quita mucho, si quieres vivir aquí tienes que aprovechar todo lo que puedas lo que da, porque si no, te quedas solo con lo que quita y eso puede hacerse insoportable».
Amén.
Esta entrada me fue inspirada por el artículo del que os paso el enlace y que podeis ver pinchando aquí.
Maximenendez